Tiempos de autonomías
En América Latina se viven tiempos de autonomías. De autonomías
indígenas. El reclamo se posicionó como demanda central de los movimientos
indígenas en la década de los noventas del siglo XX y se consolidó a principios
del siglo XXI. No es que antes no existiera, al contrario, desde la época de la
conquista -española en unos casos, portuguesa en otros- hasta la consolidación
de los estados nacionales, desde las rebeliones de Lautaro, en tierras
mapuches, Tupac Amaru, Tupac Katari y Bartolina Sisa, en tierras andinas, hasta
las de Jacinto Canek en tierras mayas contra el poder colonial; pasando por las
de el Willka Pablo Zarate en Bolivia, o las de Tetabiate y Juan Banderas entre
los pueblos yaquis de
México, durante la época republicana, o las de Emiliano Zapata en
México y Manuel Quintín Lame en Colombia, durante el siglo XX, hasta la
rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, también en tierras
mayas, a finales del siglo XX y principios del siglo XXI, las luchas de resistencia y emancipación de los pueblos indígenas han estado permeadas por las
reivindicaciones autonómicas; no siempre con ese nombre, pero si con los mismos
proyectos utópicos, que pasan por ser pueblos con derechos plenos, territorios,
recursos naturales, formas propias de organización y de representación política
ante instancias estatales, ejercicio de la justicia interna a partir de su
propio derecho, conservación y desarrollo de sus culturas y elaboración y
ejecución y puesta en práctica de
sus propios planes de desarrollo, dentro de sus demandas más
significativas.
El surgimiento de los pueblos indígenas como actores centrales de
los nuevos movimientos sociales no ha sido fortuito. En ello han sido
determinantes los nuevos rumbos que el imperialismo capitalista ha tomado para
entrar en una nueva fase económica que diversos analistas denominan acumulación por desposesión1. Te
acuerdo quienes suscriben esta tesis, una vertiente importante del capital se
está enfocando a despojar a los pueblos de sus riquezas naturales. Aguas,
bosques, minas, recursos naturales y los saberes ancestrales y conocimientos
asociados a su uso común se están perdiendo el carácter de bienes comunes que
por siglos han mantenido para beneficio de la humanidad, convirtiéndose en
propiedad privada y por lo mismo en mercancía, lo que representa un nuevo
colonialismo, mas rapaz que sufrido por los pueblos indígenas de América Latina
durante los siglos XV y XVIII.
Los pueblos lo saben por eso lo resisten y luchan por liberarse de
él.
El asunto no es para menos. Así lo ha entendido la misma Agencia
Central de Inteligencia americana (CIA), quien desde principios del siglo XX
advertía que los movimientos indígenas serían uno de los principales desafíos a
los gobiernos nacionales en los próximos 15 años, los cuales, desde su punto de
vista, se incrementarían ‘facilitados por redes transnacionales de activistas
de derechos indígenas, apoyados por grupos internacionales de derechos humanos
y ecologistas bien financiados’. ‘Las tensiones –añadía el informe- se
intensificarán en un área desde México a través de la región del Amazonas’.2 Más recientemente, el representante de los Estados Unidos para
América Latina en Asuntos Hemisféricos, John Dimitri Negroponte, refiriéndose
al triunfo del aymara Evo Morales Ayma en las elecciones presidenciales de la
república de Bolivia, afirmó que los movimientos subversivos están haciendo mal
uso de los beneficios de la democracia y eso pone en peligro la estabilidad de
los Estados nacionales en toda América Latina.
Los movimientos de los pueblos indígenas y su lucha por la
autonomía son una preocupación para los grupos económicos y políticos
dominantes, porque forman parte de otros movimientos sociales de América Latina
que resisten a las políticas neoliberales y sus efectos sobre la humanidad,
pero también son parte integrante de los amplios sectores sociales que impulsan
propuestas alternativas que buscan remontar la crisis civilizatoria en que se
encuentra el mundo, que se materializa en crisis económica, política, ecológica
y, sobretodo, del horizonte humano. Sólo que a diferencia de los demás
movimientos, los que protagonizan los pueblos indígenas y sus organizaciones
son más radicales y profundos en sus planteamientos, tanto por los métodos de
lucha que han utilizado para hacerse presentes -la mayoría de las veces de
manera pacífica pero cuando esto no es posible de manera violenta- como porque
sus demandas para ser posibles requieren de una transformación profunda de los
Estados nacionales y sus instituciones, que prácticamente nos llevaría a la
refundación de los Estados en latinoamérica.
El reclamo de los pueblos indígenas para que se reconozca su
autonomía tiene otro componente que pone a pensar a las clases hegemónicas que
detentan el poder en cada uno de los estados de América Latina donde suceden.
Éstos se presentan justo cuando los estados entran en un fuerte debilitamiento,
producto del empuje de las fuerzas económicas internacionales para que se vayan
retirando de la esfera pública, reduciéndolos en la práctica a simples gerentes
de los intereses capitalistas. Paradójicamente, son esas mismas clases sociales
las que ponen el grito en el cielo ante el reclamo indígena de reformar o refundar
los Estados para hacerlos funcionales a las realidades pluriétnicas de sus habitantes,
afirmando que de aceptarse los reclamos de los pueblos indígenas los estados terminarían
hechos pedazos. Aunque la realidad es otra, si se pactara un nuevo estado en donde
los pueblos indígenas fueran reconocidos como sujetos políticos autónomos, seguramente
los estados se fortalecerían y entonces las fuerzas económicas del libre mercado
perderían hegemonía en el diseño de sus políticas antipopulares.
El argumento ha sido usado por los poderosos para diseñar
verdaderas políticas de contrainsurgencia con las que enfrentan a los
movimientos sociales y sus aliados, bajo el argumento de la defensa de la
soberanía nacional, lo cual ha sucedido de muy diversas maneras. En algunos
casos entre los que se cuentan los de Bolivia y México, el Estado ha confrontado
directamente a los movimientos indígenas, inclusive movilizando su aparato militar
fuera de los marcos constitucionales; en otros como Panamá, Nicaragua, y en
alguna medida Ecuador –sobre todo en la parte andina-, han optado por el uso de
una ‘estrategia envolvente’ para recuperar los espacios perdidos; en estos casos
no se llega a la confrontación violenta sino se opta por el uso de los partidos
políticos como mecanismo de control, ofreciendo causes para acceder al poder,
que terminan siendo formas de control y desarticulación; otra estrategia usada
es el aislamiento, como se ha hecho en Brasil y parte del Ecuador, donde se ha
dejado el campo abierto para que sean las compañías transnacionales que se
apropian de los recursos naturales las que enfrenten directamente el descontento
indígena mientras el Estado actúa como si nada pasara.3
Digámoslo con toda claridad. Los pueblos indígenas de América
Latina luchan por su autonomía porque en el siglo XXI siguen siendo colonias. Las
guerras de independencia del siglo XIX acabaron con la colonización extranjera
–española o portuguesa- pero quienes accedieron al poder siguieron viendo a los
pueblos indígenas como colonias. Colonias que las clases hegemónicas
escondieron tras la mascarada de los derechos individuales y la igualdad
jurídica, pregonadas por el liberalismo decimonónico y que, ante la evidencia
de la falsedad de ese argumento, ahora se esconden bajo el discurso del
multiculturalismo conservador, que se manifiesta en reformas legales que reconocen
las diferencias culturales de las poblaciones de los estados pero este sigue
actuando como si no existieran. Todo eso mientras los pueblos indígenas de
América Latina sufrían y sufren el poder de un colonialismo interno. Por eso
los movimientos indígenas, a diferencia de otros tipos de movimientos sociales,
son luchas de resistencia y emancipación. Por eso su demanda se aglutina en la lucha por la autonomía, por
eso las preocupaciones de las fuerzas imperiales aumentan en la medida en que
los movimientos crecen, por eso es que el logro de sus demandas implica la
refundación de los Estados nacionales.
¿Pero cómo llegamos a esta situación? ¿Cómo se materializan las
luchas por la autonomía y qué peligros enfrentan? ¿Qué futuro puede avizorarse
de ellas? Son preocupaciones que rondan en los pensamientos de actores de los
movimientos indígenas y de los que no lo son pero apoyan sus causas porque las
consideran justas. Buscando respuestas a estas interrogantes se ha escrito el
presente documento. Comienza con la época colonial y la invención del indio por
los colonizadores, para rastrear el fondo del problema; pasa por la creación de
los Estados nacionales y el colonialismo interno impulsado por la burocracia estatal
y las clase a la cual representaba; trata de explicar el colonialismo interno y
su relación con las políticas indigenistas, y como los movimientos indígenas
han cuestionado estas y luchado por construir su autonomía. Después de esto se
pasa a un breve recuento de las tendencias autonómicas para seguirnos con una
explicación de las razones en que se fundan los reclamos indígenas de
autonomía, los sujetos titulares del derecho, las enseñanzas que nos dejan los
procesos autonómicos, para cerrar con unas reflexiones finales.
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